Ando ausente de mucho, sobre todo
de lo que no debiera. Poco a poco, el no ser se adueña del que quiere estar.
Sumido en ese agujero negro, confundido en compás de espera, viendo como a cada paso los pies se hunden en el barro,
que hacen el transitar, siempre en espiral, mucho más incómodo, desagradable.
No me encuentro perdido. Sé donde
estoy, reconozco el lugar, aunque algo parece haberlo hecho cambiar. Lo encuentro aún más distante, más lejano.
Se presume difícil, y el esfuerzo
por abandonarlo supera la fuerza de voluntad que en estos momentos atesoro.
No faltan asideros desde donde
catapultarme, aún mal conservo a aquellos que te dicen que sí cuando el mundo
te dice no.
Los años pasan y los sueños
terminan siendo lo que son. El margen de mejora es cada vez más estrecho, y sin cateterismos a la vista.
En la quietud, en el mimetismo con
el entorno, en ese callar que otorga, en el ver pasar sin importar, desaparecer
ante el que espera, el abandono del presente anclado al pasado y esperando al
futuro como el que espera olas en un mar en calma.
Enciendes la tele y…
Se necesita tanto para tan poco
que da asco ir a buscarlo.
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