martes, 20 de junio de 2017

MI PEQUEÑA HABITACIÓN



Al hilo de la conversación que mantenía hace unas semanas con un pequeño constructor, mientras seguíamos el partido de fútbol que jugaban nuestros hijos, sobre el repunte de la construcción en estos últimos meses. Me decía que, al menos él, tenía o pequeñas reformas o grandes casas, lo que ahora se le llaman “casoplones” y que tan de moda han puesto los programas de televisión.  Paradojas de la vida; el sector sube señalando la desigualdad.

Introducción aparte, y sin perder el hilo, mi madre me recordaba hace unos días lo que me gustaba mi pequeña habitación y las horas que pasaba en ella. Pues sí, mi cuarto era lo más pequeño de una casa grande y en ella, cohabitaban (todos sus elementos alcanzaban vida propia) una cama, una minúscula mesita de noche, una silla muy rústica y un maravilloso escritorio que ahora llaman secreter. Era mi mundo. Un mundo sin ropero, por cierto.  

En la conversación con ella, le hacía entender que pasar de compartir habitación con mi hermano mayor, al que, directa o indirectamente había que rendir vasallaje, a tener un espacio para uno solo, donde el gobierno del mismo me correspondía, significó un hito importante en el tan difícil y deseado paso de la infancia a la juventud. 

Ella me confesó que había sentido lo mismo cuando, después de casarse, le dieron a mi padre destino en Tocina. Ella pasó de sentirse “sirvienta” en la gran casa en la que vivía holgadamente con sus ocho hermanos a sentirse “reina” en el pequeño piso donde comenzó a formar su familia. 

La libertad nos compensó las carencias.

La silla, principalmente sirvió para lo que sirve una silla y esporádicamente como escalera para poder colgar en la pared o para ocasionalmente limpiar la pequeña lámpara que pendía del techo.

La mesita de noche, pequeñísima, apenas soportaba un despertador, al que hice trabajar de lo lindo,  y un taruguito de madera con un motivo religioso incrustado. 

La cama acunó sueños y desvelos  típicos de la edad, más alguno que adopté y que terminó martirizándome. En lo que al sexo se refiere, nos fuimos fieles sin perder la virginidad.    

Si mi habitación fue mi mundo, el escritorio fue mi santuario…

1 comentario:

Anastasio Pineda dijo...

Muy bueno, Compadre!

(Yo encantado de leerte todos los días, pero... las travesías en el desierto después me hacen añorarte, dosifícate...jajajajaj)