“Todo lo que era sólido”, así
tituló Muñoz Molina su ensayo sobre lo ocurrido en España durante la explosión
de lo que se llamó la burbuja inmobiliaria. Un placer espinoso su lectura;
buena pluma la que escribe sobre sucesos que han marcado a varias generaciones
de españolitos.
Me pone triste pensar en todo lo
que se quedó detrás y más triste aún en
los que se quedaron sumidos en la desesperación de no vislumbrar salida alguna.
Morir desesperados debe ser como morir dos veces.
Ilusiones, proyectos, esos
cientos de cuentos de la lechera que todos nos hacemos, ese trabajo que era
para toda la vida, un negocio súper rentable, el mercedes o el megane, el piso
de la playa, los ahorros, las alas para emprender… y por último la esperanza.
Todo quedó varado en un abrir y cerrar de ojo, que van para diez años martilleando
la misma palabra: crisis.
Pero no pretendo en esta entrada
hablar de las finanzas destrozadas, sino más bien hablar de ese destrozo de los
cimientos políticos que tanto costó forjar y que ahora se muestran como una
charca de aguas movedizas en las que todos, repito, todos, intentan sobrevivir.
Cuando se debería de hablar de
cómo reconquistar el baluarte más importante que ha esculpido la clase media,
que no es otro que el Estado del Bienestar, se prefiere hablar de niños y
rastas en el Congreso. Cuando las formas vencen al fondo, el postureo campa por
las moquetas.
No es mi intención alargar esto
demasiado, y menos confundir. En mi opinión, la cual comparto con gente a la
que estimo y quiero, el lodazal político
será complejo de arreglar por diversos motivos. Me centraré en uno de ellos.
Los mejores, sí, los mejores, no
llegarán nunca a la política si no es por ideología y patriotismo. Horas muy
bajas para ambos.
Los mejores, sí, los mejores, no necesitan la
política para comer. En los últimos años, la política ofrece migajas, exiguas
nóminas utilizadas como disfraz reconciliador con los contribuyentes. El
político mimetizándose con los de muy abajo y dejando que los de muy arriba sigan controlando este juego de
títeres.
Mientras tanto, los que ni muy
abajo ni muy arriba, los que dando utilidad a las dos manos, la izquierda y la
derecha, agarramos sin pudor las dos banderas, en mi caso, la andaluza y la
española, seguimos en la más terrible de las soledades. La soledad del
huérfano.
May Sanz.
1 comentario:
Qué bien escribes, compadre!
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