lunes, 14 de febrero de 2011

PARA MIS NIETOS

Un día como hoy de hace 17 años.

Así es, un día como hoy me monté en el tren que me llevó a la capital del reino a servir a la patria. Lagrimillas rodaron en esa noche fría. Un “no te preocupes que nueve meses pasan volando” fue el mejor bálsamo para una noche velada en ese tren.

La que más me quiere llegó a pensar que la mili me cambió. Yo, aún tengo dudas…

Los estudios, la edad, y supongo que el poco pelo, me ahorraron barrigazos y días de pólvora. Cinco en pie, cinco con la rodilla en el suelo y cinco con el cuerpo en la tierra fue mi bagaje con esa novia de acero que me acompañó durante el mes de instrucción.
“¿Pero mi Alférez, cómo me van a destinar de conductor de un general en Madrid?” a lo que el de complemento contestó “Sanz, mira a los lados y lo comprenderás”.

El general de división D. José Luis García Esponera, socialista supuse yo, pues a diario le compraba el País para que el pájaro llegase informado a su puesto de mando. El cuartel General del Ejército, sita en la plaza de Cibeles.

Diana, media hora antes que el resto, tras un “Sevilla, levanta” del cuarto imaginaria minutos antes de arrancar, el peugeot 309 gris perla con los cristales tintados y con las matrículas dobladas, dirección a la residencia del militar.

No había día que, tras diez o quince minutos esperando su salida de los soportales de una urbanización de Barajas, pensara “Me cago en la puta, a este tío le pegan un tiro seguro”, otras, después de haberlo llevado a dos sepelios por militares muertos en manos de la banda (emoción y rabia contenida a raudales), me salía un “este hijo de puta tiene más huevos que el caballo del Espartero”. Yo, conductor, vestía de paisano. Él, general de brigada, en Madrid, año 1994, vestía con todo el uniforme, incluida gorra de plato y medallitas.

Así, durante siete meses y medio. ¿Atuendo conocido?, el uniforme y el pijama. Digo lo del pijama, porque una mañana de niebla, tras más de media hora de espera en el coche oficial y con la mosca detrás de la oreja, lo veo venir. Con la niebla pensé que vestía de paisano, mayúscula fue mi sorpresa al acercarse el tío en pijama y zapatillas. Yo, abriéndole la puerta como de costumbre le espeté un “Buenos días mi general” a lo que me contestó “mi suegro a muerto, por favor Ángel, lleva a mi mujer y a mi suegra al hospital Moncloa”. Antes de abrir la boca, ya estaban las dos urracas llorando a moco tendido sentadas en el asiento trasero. Por mi preñada frente se podía leer lo que pensaba, “me cago en todos mis muertos, donde cojones estará el hospital Moncloa”.

Dejada atrás la nacional dos y entrando ya en María de Molina tras más de media hora de llantos y mocos, les dije: “Lo siento. Yo no se donde está el hospital”. Mano de santo, ya no hubo más lágrimas. Las dos se apiadaron de mí y me indicaron el camino. Cuando llegamos, y después de haberme sometido a un tercer grado por parte de la madre y de la hija, el que lloraba era yo.

Si que es cierto que el destino me agenció buenas amistades, sobre todo la de una mujer que me hizo muy llevadera la pesada mili. Mª José Crespo, la secretaria de mi general. En esta historia, como en la mayoría de mis historias con mujeres no hubo eso que canta el maestro “piel, saliva y sudor” pero si que mucha, pero que mucha risa. Rubia, alta, con los ojos celestes. Feota. Un poquillo gangosa, a saber, heredera y heredante. Su hija, con cuatro añitos, también apuntaba. Ella me enseño Wp5.1 y yo, gracias a mi novia Rosario y a mi futura cuñada Antonia le indiqué que lo de su hija se corregía en las manos de un logopeda. Los dos nos estábamos agradecidos.

Llegó el día de marras. Yo ya sabía lo que era un coche con orificios de bala. Un compañero de la unidad, valenciano, vio como tiroteaban hasta dar muerte a su general antes de entrar en el coche, creo recordar que era un Ford Orion, blindado. Los tiros al coche sólo buscaron intimidar al soldado. Al valenciano no lo licenciaron pero no volvió a coger un coche por las calles de Madrid. Se le veía por la unidad de Bretón de los Herreros sin ningún servicio asignado, esperando el día de la blanca.

“Buenos días Ángel, hoy vas a coger por Serrano. Durante unos días vamos a cambiar el recorrido”. Nacional dos, avenida de América, María de Molina, Serrano en vez de Castellana, Barquillo…

Cuando llegué se lo comenté a Mª José y no me dijo nada. Me senté y esperé, tras cinco minutos, el general salió de su despacho y dijo “Mª José, hay amenaza de atentado”luego volvió a entrar. “Mª José, yo también voy en el coche y ni me ha mirado para decírmelo”, tras cinco minutos de erre que erre con ella, abrió la boca, “Vamos a tomar un café”, luego lo propio “no te preocupes” y un “tú ahora eres un militar igual que él”.

Lo dejé en su casa, no abrió la boca en todo el trayecto aunque tampoco dio la cabezadita que solía dar.

Al llegar a la unidad, todo estaba dispuesto, un seat málaga azul sustituiría al peugeot durante unos días, y repaso a los temas de seguridad; nada de calles de un sólo sentido, circular por el carril de la izquierda, en los semáforos siempre dejar distancia para cierta movilidad del vehículo y lo más importante, pero también lo mas difícil, nunca una moto al lado del coche “si hay que dejarla caer se deja caer”.

No hablábamos mucho, pero sabía que podía contar conmigo. Nunca me dio las gracias por nada, pero si hubo un “llegaste a tiempo” que me sonó a gloria. Recepción con el rey. El palacio real engalanado para la ocasión. Ujieres y guardia real vestidos con trajes de época. La única duda es cuanto tiempo estaría esperando en el patio del palacio. De repente veo como se acerca un ujier y me pide que lo acompañe. Pasada un verja veo a mi general, “a la orden mi general” fuerte y claro, a lo que me contesta “Ángel, me he dejado el fajín en el cuartel, he llamado a Mª José y estará esperándote en la puerta para dártelo. Por favor, date prisa”. De lo que voy a decir estoy seguro “soy el único visueño que he entrado en el palacio real a lo James Bon”.

Al poco tiempo lo ví en televisión, lo dieron por muerto en una misión de la Otan en los balcanes. No tuve huevos de mandarle una carta para decirle que yo también recé por él.

Por si el de allí arriba no permite que os lo cuente. Un beso de vuestro abuelo.

8 comentarios:

Balla dijo...

May,una batallita de las que me encanta escuchar. Un día de estos me darás más datos, aunque espero que no sea en la puerta del cole para recoger a nuestros nietos o en el hogar del pensionista,jajaja.

Anónimo dijo...

Que fenómeno, qué bueno!!!!

un saludo

Manuel Domingo Jiménez dijo...

Me he reído y me he cagado a partes iguales, imaginando las situaciones.
Escribes que es demasiado!

Gracias por compartirlo.

Anastasio Pineda dijo...

Que buena batallita! abuelo!

Un abrazo

Unknown dijo...

Esta es una de las batallas de tu vida que te han hecho grande.Ese general no pudo tener en siete meses y medio, otro compañero de viaje mejor.

Un beso a todos

MAY SANZ MARTIN dijo...

Gracias a tod@s por los comentarios.
A mis nietos les gustará ver que tuve amig@s del calibre 33.

Saludos y saludas.

Anónimo dijo...

yo lleve de chofer a un general de división al que sigo admirando por lo que me demostro como persona.
y todavía no se me ha ocurrido citar quién erá

!!!Piensateló!!!

MAY SANZ MARTIN dijo...

Lo lógico sería preguntarte quién eres pero no lo haré. Es de suponer que no quieres desvelar tu identidad.

Después de pesarmelo durante un buen rato, no tengo ni idea de quién puedes ser ni a qué general te refieres, solo sé que conocí a muy buena gente en Bretón de los Herreros y en el Cuartel General.

En lo que se refiere al general "mi general" me demostró una gran profesionalidad en tiempos difíciles.

Un saludo seas quién seas.