
Lejos quedan ya los días radiantes de un pueblo que coronaba a su mujer más emblemática, mañanas de cielos claros y tardes buscando la noche en el color de su manto.
Calles que bullían, comercios repletos… Vecinos que se organizaban en torno a un potaje o a una salve.
Voy a intentar ser valiente. No, yo no quise estar en el Coronación, y no estuve.
Todavía se conservan los azulejos en aquellos lugares donde moró la Señora en su novena itinerante. En la casa de mi abuela, en la huerta Don Víctor, hay uno.
Tarde noche de Septiembre, la madre de todas las madres llega aclamada por todos los vecinos hasta esa casa. Le esperaba una bonita noche de verano, y un largo día de convivencia.
La vi llegar. No tenía intención de participar en nada, quería aislarme. Me fui a mi casa. Puse el despertador un poco antes para verla a eso de las siete de la mañana, antes de ir al trabajo. Vecinas terminaban de velar la noche junto a Ella.
Tampoco participé de la convivencia, tan solo me acerqué de nuevo hasta Ella momentos antes de su partida. El destino me obligó a portarla en mi hombro, no más de ocho personas estaban allí. Llegó como llegan las reinas. Se fue, como se va una esclava.
Este relato, tan íntimo como verdadero, me revela con claridad la indolencia de este pueblo, capaz de salir a la calle para salvaguardar la poltrona de su Rey, e incapaz de revelarse ante sus propios problemas.
Lágrimas caen del cielo para un pueblo coronado de espinas.
Saludos.
Calles que bullían, comercios repletos… Vecinos que se organizaban en torno a un potaje o a una salve.
Voy a intentar ser valiente. No, yo no quise estar en el Coronación, y no estuve.
Todavía se conservan los azulejos en aquellos lugares donde moró la Señora en su novena itinerante. En la casa de mi abuela, en la huerta Don Víctor, hay uno.
Tarde noche de Septiembre, la madre de todas las madres llega aclamada por todos los vecinos hasta esa casa. Le esperaba una bonita noche de verano, y un largo día de convivencia.
La vi llegar. No tenía intención de participar en nada, quería aislarme. Me fui a mi casa. Puse el despertador un poco antes para verla a eso de las siete de la mañana, antes de ir al trabajo. Vecinas terminaban de velar la noche junto a Ella.
Tampoco participé de la convivencia, tan solo me acerqué de nuevo hasta Ella momentos antes de su partida. El destino me obligó a portarla en mi hombro, no más de ocho personas estaban allí. Llegó como llegan las reinas. Se fue, como se va una esclava.
Este relato, tan íntimo como verdadero, me revela con claridad la indolencia de este pueblo, capaz de salir a la calle para salvaguardar la poltrona de su Rey, e incapaz de revelarse ante sus propios problemas.
Lágrimas caen del cielo para un pueblo coronado de espinas.
Saludos.