Si hay alguna fiesta que me haga sentir
nostalgia, esa es la Semana Santa. Me cuesta mucho salir de ella. No son pocas
las hojas del calendario que siguen cayendo enganchado a vivencias, sonidos y conversaciones, muchas de ellas con uno
mismo. Ya lo decía el poeta; "Converso con el hombre que siempre va
conmigo. Quien habla solo, espera hablar con Dios un día."
Esta ha sido muy especial por
muchos motivos. No es necesario enumerarlos porque han sido tan importantes que
difícil será de olvidar. Cuando, con el paso de los años, vuelva a releer esta entrada, solo me bastará
mirar la cicatriz que hoy todavía es
herida para reconocerla como aquella.
El tiempo, entre otras cosas, me
viene robando esa ingenuidad en la que retrataba sueños de justicia. El tiempo
ha venido a velarlo todo, a enseñarme esas sombras proyectadas en una espalda
cansada, en un corazón que se parte de no sentir.
Aquí, ahora, varado en esta mi
cuneta, encuentro el sosiego para reconocerme en todo lo que no me gusto, y en
lo que no me gustó de esta Semana Santa que más por mimetismo que por
casualidad viene a coincidir.
Ambos hemos venido abandonando la
esencia de nuestro ser y sentir. Hemos puesto por delante el espectáculo, el
aplauso, las vestiduras, lo postizo, el cuerpo, olvidando el alma que es quién
mantiene la lágrima que rueda por la mejilla, el vello erizado, el calor en las
venas, la razón de nuestro existir.
Volvemos a casa, con un año por
delante para volver a encontrarnos en ese escenario que este año no olió ni
azahar, ni a canela y clavo. Mientras tanto, te añoraré, agarrado a ese cilicio
que desprecié y que es el principio de todo.
¡Vamos!, volvamos a casa. Nos espera la
Esperanza.
2 comentarios:
Buena, Compadre!
Abrazo
Gracias, Compadre. Había ganas de escribir.
Un abrazo.
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