Seis de Enero. Ocho de la tarde. Precepto.
Me siento en la banca. Atrás para no variar. El Misericordia a mi izquierda.
Pasan al menos doce minutos y el oficiante sin aparecer. Dudas. Tenue revoloteo.
Temiendo la aparición del fantasma de Berlanga o al Padre Medina, me levanto, y salgo apresuradamente tras avisar a los que me quieren para que no me echen en falta.
En la puerta, varios feligreses parlamentan. Tomo las de villadiego y me planto en casa. Ya tengo motivo para rajar en mi blog.
Hubo villancicos, hubo escrituras, en definitiva Él estuvo allí.
Yo salí por patas y el cura, media hora tarde, solo sirvió para “repartir hostias”.
Lección aprendida: Misa, sí o sí.
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